Cada bajamar pone al descubierto un tesoro sanluqueño

Corral de Merlín, en Sanlúcar de Barrameda | Foto: Pasión Sanlúcar

En un paseo a pie por la playa de la Jara, en dirección a Chipiona y acompañados de la bajamar, podemos divisar sin mucha dificultad unas extensas murallas de piedra que quedan al descubierto desde la orilla. En estas zonas, donde la marea puede llegar a bajar hasta cuatro metros, la existencia de una laja rocosa característica1 ha hecho posible el desarrollo de un sistema de pesca completamente selectivo, económico y respetuoso con el medio ambiente: el corral de pesca.

Para nosotros, los niños de entonces, los corrales eran un ámbito prodigioso: un mar entre murallas, un mar que iba vaciándose.

— Felipe Benítez Reyes2

Siglos de entender el mar

Con un nombre que recuerda a las estructuras formadas por tapias de piedra para guardar el ganado, la función de los corrales de pesca no es la de guardar, sino la de acorralar los peces para poder capturarlos al retirarse las aguas. Una curiosa supervivencia del arte de la pesca de otros tiempos, que sigue utilizándose todavía en nuestras costas.

Es una modalidad de pesca pasiva basada en los movimientos de ascenso y descenso del agua con las mareas o en la existencia de corrientes de agua. Podríamos decir que el corral de pesca es una trampa que atrae a peces y otros organismos acuáticos para luego impedirles su salida, «acorralándolos». Se practica sólo en aquellas zonas donde la diferencia entre la bajamar y la pleamar es considerable, como en el litoral atlántico europeo y en zonas estuáricas. Algunas localidades de Cádiz y la isla de Oleron (Francia) son unos de los pocos lugares donde se pueden encontrar. Los corrales de pesca de la costa atlántica de Cádiz se presentan principalmente en los municipios de Chipiona y Rota, pero también en las localidades vecinas de El Puerto de Santa María y Sanlúcar de Barrameda3.

Corrales de pesca activos y destruidos en la costa noroeste de la provincia de Cádiz.
Corrales de pesca activos y destruidos en la costa noroeste de la provincia de Cádiz.

En un primer intento de acercarnos a su procedencia, algunos autores les dan un origen prehistórico. Esto ha sido argumentado por unos yacimientos que se pusieron a la vista tras unas maniobras militares en Barbate, donde encontraron sillares y rocas ostioneras puestas en semicírculo que podrían tratarse claramente de restos de corrales de pesca. Por otro lado, yacimientos de antiguos corrales de pesca en la costa francesa de la isla de Oleron similares a los corrales de Rota y Chipiona, y la existencia de textos históricos donde se mencionan, nos sugieren un posible origen romano. No obstante, la civilización romana nació y se desarrolló en el mar Mediterráneo, donde la diferencia entre la pleamar y la bajamar es prácticamente nula, lo que pone esta alternativa en duda. Autores más recientes sostienen un origen árabe, durante los siglos XII y XIII, cuando Rota estuvo muy despoblada de cristianos permaneciendo como enclave militar. Pero estas hipótesis no presentan base alguna, ya que, de ser así, los corrales hubieran tenido poca razón de existir en esa época. ¿Existían desde antes y fueron abandonados? ¿Los nuevos pobladores los hicieron a partir de cero, o aprovecharon las ruinas ya existentes? Tengan el origen que tengan, de lo que sí estamos seguros es que estas construcciones apuntan a una antigüedad de seis siglos como mínimo.

El Corral de Merlín

Como bien argumenta el historiador sanluqueño Antonio M. Romero Dorado4, en 1755 un terremoto producido en Lisboa trajo consigo un maremoto que azotó nuestras costas. Este suceso quedó registrado en el acta del cabildo sanluqueño del 1 de noviembre de 1755, conservada en el Archivo Municipal y en la cual también se recoge, aunque de forma indirecta, la existencia de cinco corrales de pesca en Sanlúcar de Barrameda:

En la costa de esta ciudad había cinco corrales de pesquería que, al mismo tiempo que eran de utilidad a sus amos, surtían a esta república de los peces más regalados y con mucha abundancia, y que los ha desbaratado el mar sin dejar ni aún vestigios, lo que hará notable su falta.

Más tarde, en 1791, los corrales vuelven a mencionarse en el Diccionario histórico de las artes de la pesca nacional5 de Antonio Sañez Reguart. En este diccionario, el Comisario Real de Guerra de Marina y socio de mérito de la Real Sociedad Patriótica de Amigos del País de Sanlúcar de Barrameda analiza profundamente este arte de pesca y hace un pequeño inventario de los corrales que había en Sanlúcar (además de los de Cádiz y Chipiona):

En el término de la ciudad de Sanlúcar se hallan también otros tres corrales, a saber:
1º Al nordeste de Chipiona, frente a la Casa de la Media Legua, uno al que llaman Corral Grande.
2º Otro más al nordeste, nombrado Corral Nuevo.
3º Otro más al propio viento, que se conoce por Corral del Espadero.

Al parecer, de los cinco corrales existentes antes del maremoto y completamente destruidos por este, sólo se reconstruyeron tres, o al menos sólo quedaban tres en 1791. Si bien las posiciones del Corral Grande y del Corral del Espadero parecen estar claras6, el Corral Nuevo —más al nordeste del Grande— podría ser el actual Corral de Merlín o de Marín, el único que se conserva actualmente en la costa de Sanlúcar, inscrito desde 1995 con carácter genérico en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz7.

Vista satélite del Corral de Merlín, y situación orientativa de los otros dos corrales de pesca desaparecidos.
Vista satélite del Corral de Merlín, y situación orientativa de los otros dos corrales de pesca desaparecidos.

A día de hoy, la actividad principal desarrollada en el Corral de Merlín es el marisqueo practicado por sus vecinos de forma lúdica, si bien en verano constituye, además, un atractivo turístico. Por lo general, el producto extraído (navajas, cangrejos, camarones y almejas) es destinado al consumo doméstico, aunque una pequeña parte se comercializa a través de bares y restaurantes locales8.

Un mar entre murallas

Constituido por una pared continua de piedras de contorno redondeado y encajadas artesanalmente de forma vertical, el corral de pesca es una construcción de forma semicircular que puede llegar a alcanzar los dos kilómetros de longitud.

Pared de un corral de pesca. | Foto: J. Manuel Vidal-Cordero
Pared de un corral de pesca. | Foto: J. Manuel Vidal-Cordero

La anchura de los muros va de ochenta a ciento veinte centímetros, y su altura es muy variable, empezando a ras de playa y ganando altura conforme nos metemos en el mar, hasta llegar al metro y medio en la parte más externa a la orilla, siempre paralelo a la costa. Una especie de ostra de la zona, llamada vulgarmente ostión, y las bellotas de mar o escaramujos crecen sobre la superficie de los muros, recubriendo las piedras, cementando de forma natural la estructura y otorgándole gran rigidez9. De esta forma, y con la ayuda de rampas en la cara exterior de los muros y de engrosamientos y contrafuertes presentes en la cara interna de estos, pueden hacer frente al oleaje y disipar la energía del mismo.

Para permitir el flujo del agua en la vaciante de la marea del interior al exterior del corral, existen de diez a veinte caños cuadrangulares de cuarenta a cincuenta centímetros, dotados de rejillas de palos de madera o metálicas que impiden el escape de peces de un determinado tamaño. Estos llevan a cada lado un murete de piedras llamado estribo que actúa de contrafuerte y disminuye la erosión en la parte baja de la pared. Una vez bajada la marea, en el interior del corral se crean unas lagunas que se conocen con el nombre de pozas. Éstas no tienen profundidad suficiente como para cubrir a una persona, y sirven de refugio a aquellos animales que no han podido escapar en la bajamar.

Los atajos y piélagos no son más que pequeños murillos que delimitan el espacio dentro del corral y que, junto a la existencia de piedras de gran tamaño, facilitan la búsqueda y captura de los animales. Un ejemplo de estas piedras son las solapas, salientes naturales de las rocas más o menos planos que en bajamar montan sobre la superficie del agua dejando grandes huecos. Los jarifes, sin embargo, son grandes piedras más o menos planas que se colocan en las zonas más profundas de las pozas y que están sostenidas por piedras más pequeñas, para que dejen espacio bajo ellas y sirvan de refugio a animales con el fin de capturarlos después. Pero no todas las partes del corral se encuentran sumergidas. Los sequeros por ejemplo, son las zonas más elevadas del corral y siempre se quedan completamente secas durante la bajamar.

Los guardianes del muro

La plataforma rocosa intermareal10, lugar donde se ubica el corral de pesca, constituye un ecosistema marino de gran interés biológico. Según el investigador Alberto Manuel Arias, un sustrato sólido de roca, la abundancia de oxígeno e iluminación y las capas de agua poco profundas constituyen condiciones ambientales idóneas para el desarrollo de diversos organismos.

La marea es el principal factor que rige la presencia y distribución de las comunidades biológicas sobre esta plataforma. En consecuencia, los organismos deben estar adaptados a vivir en estas condiciones donde la alternancia de inundaciones, desecaciones y modificaciones en las intensidades de luz son frecuentes. Por otra parte, la heterogeneidad de los corrales de pesca, fruto de su forma y estructura, ofrece un amplio abanico de biotopos11, como son las paredes, las zonas de arena, el sustrato rocoso, etc.

Ciertamente, la fauna asociada a los corrales de pesca gaditanos se encuentra muy influenciada por la cercanía de la desembocadura del río Guadalquivir y la vertiente atlántica. Sólo la composición de los invertebrados presentes en los corrales gaditanos nos da una idea de la gran riqueza de especies en esta zona intermareal. En la mayoría de casos, se trata de especies de muy pequeño tamaño que pasan inadvertidas a los ojos de un observador no experimentado y que no tienen nombre común ni valor comercial alguno, pero que forman parte del patrimonio faunístico de este enclave y desempeñan papeles ecológicos fundamentales como componentes de las cadenas tróficas que se dan en el corral.

En la zona supralitoral, la más alejada del mar, encontramos especies que soportan muy bien la falta de humedad, como los conocidos y populares burgaos (Monodonta lineata) que se esconden debajo de las piedras, a la sombra, sobreviviendo con la pequeña cantidad de agua que queda retenida en sus conchas. La zona mesolitoral o intermedia presenta algunas partes que pueden quedar encharcadas con finas láminas de agua donde pueden vivir enterradas en la arena las almejas, o, en sus túneles subterráneos, gusanos poliquetos conocidos con el nombre de «gusanas». Varias especies de cangrejos como la coñeta (Carcinus maenas), la nécora (Necora puber) o el cangrejo albañil (Panopeus africanus) también viven aquí, ya que soportan bien la bajada de la marea guarecidos bajo las piedras, o en cuevas. En pozas podemos encontrar especies que siempre requieren un mínimo de agua, como los camarones (Palaemon elegans). Ya cerca del límite de la bajamar, se eleva la pared de los corrales y hay pozas más profundas. En las rocas de la pared son típicos los organismos fijos al sustrato como los escaramujos (Balanus perforatus), las lapas (Patella caerulea) y los ostiones (Crassostrea angulata). Entre las numerosas oquedades que existen entre las piedras de la pared se esconden los cangrejos zapateros (Pachygrapsus marmoratus), los cangrejos moros (Eriphia verrucosa), babosas de distintas especies y pijones del género Cerithium. Los jarifes y solapas presentes en las pozas son también refugio de los estimados invertebrados como son los chocos (Sepia oficinalis) y los pulpos (Octopus vulgaris), que utilizan los corrales para desovar y alimentarse. En tercer y último lugar, la zona infralitoral o submareal, localizada entre el límite de las bajamares normales y el de las bajamares de las grandes mareas. Aquí viven las ortiguillas (Anemonia sulcata), los erizos (Paracentrotus lividus) y los carajos de mar (Holothuria arguinensis), especies que necesitan estar cubiertas de agua.

Gracias al flujo de la marea, la riqueza de especies aumenta con la entrada de los peces, tanto de fondo como de superficie. Muchas especies de peces como los sargos (Diplodus sargus), las morrajas (Diplodus vulgaris), las lisas (Chelon labrosus) y otros encuentran en los corrales hábitats idóneos para la cría de sus juveniles. Otros, como los gallerbos (Salaria pavo) y diversos peces de las familias de los blénidos y los góbidos, conocidos vulgarmente como sapitos, utilizan los corrales para establecer sus territorios aprovechando la gran cantidad de rocas existentes. Por último, especies como la corvina (Argyrosomus regius), el róbalo (Dicentrarchus labrax), o la palometa (Lichia amia) utilizan el corral como coto de caza y entran en él en busca de alevines con los que alimentarse.

El despesque

Para poner en marcha esta antigua modalidad pesquera se precisan de movimientos mareales de gran amplitud que se registran en períodos de una semana aproximadamente y que se alternan con períodos de menor amplitud12 en los que la bajamar no retira la suficiente agua del corral como para proceder a su despesque.

Esquema del funcionamiento de un corral de pesca.

Con la subida de la marea, el agua entra primeramente por los caños, poco a poco. Se puede dar una entrada de alevines de peces por el espacio entre las rejas de los caños. Más tarde, el agua pasa por encima de las paredes cubriéndolas por completo, y aquellos peces que no podían pasar por los caños ahora lo hacen por encima de la pared. La velocidad y cantidad del llenado y vaciado del corral depende de la intensidad de la marea y de factores propios de la naturaleza del corral, como la altura de la pared o la situación de la plataforma continental.

Al bajar la marea, el agua se retira por igual por encima de la pared que por los caños, y muchos peces pueden escapar de la trampa sin problemas. Pero a media marea los corrales empiezan a asomar las puntas de las piedras superiores de la pared, y es en este momento cuando los peces quedarán acorralados. Cuando el nivel del agua desciende por debajo de la cota superior de la pared, el agua empezará a salir sólo por los caños, lentamente al principio, y más rápidamente después cuando ya se ha retirado la masa de agua más externa del corral. Los alevines de los peces podrán volver a utilizar las rejillas de los caños para salir, pero los de gran tamaño se quedan limitados a las zonas con agua, en las pozas, refugiándose en las solapas y jarifes, facilitando así su captura.

Dos horas antes de la bajamar entran en escena el corralero y los mariscadores, encargados de la explotación de los peces y otros animales atrapados. Una actividad conocida con el nombre de despesque del corral, y cuya única compensación son las capturas fruto de tal actividad. El corralero o cataor siempre ha sido una persona de confianza del dueño o arrendatario del corral, y suele ser el primer beneficiario del mismo, seguido del mariscador.

Mariscadores en el Corral de Merlín de Sanlúcar. | Foto: J. Manuel Vidal-Cordero
Mariscadores en el Corral de Merlín de Sanlúcar. | Foto: J. Manuel Vidal-Cordero

Para la extracción de los animales encerrados en el corral se requiere de una indumentaria adecuada13, además del uso de utensilios específicos de marisqueo a pie, que se emplean dependiendo del tipo de animal que se quiere capturar o del momento del día en el que se realiza la captura.

Utensilios de marisqueo a pie. | Foto: J. Manuel Vidal-Cordero

En las mareas diurnas, a medida que recorre las pozas el cataor va rociando con aceite el agua para aclararla y poder ver el fondo. De vez en cuando se detiene para dar con la fija debajo de las solapas y los jarifes, para ver si bajo estos se esconde algún animal. Esta herramienta de metal de metro y medio tiene forma de tridente por un extremo, para ensartar chocos y peces. El otro extremo en forma de gancho recibe el nombre de garabato, y es especialmente útil para hurgar bajo las piedras en busca de pulpos. Si es que hay algún pez, los corraleros tiran una red circular de un metro de diámetro y plomos en su perímetro llamada tarraya, para tapar la roca donde se haya refugiado. Posteriormente, molestan al animal con la fija para que salga y quede atrapado en la red. Cuando los peces son grandes y buenos nadadores, como es el caso de las palometas, la lucha por esta captura puede durar un buen rato, ya que el objetivo del corralero es el de perseguirla, arrinconándola en zonas poco profundas, y cansarla, para luego capturarla con la fija. Una especie de sable romo llamado cuchillo de marea o espadilla se utiliza para rematar las capturas.

En las mareas nocturnas, el despesque del corral tiene lugar gracias a la ayuda de un foco conectado a una batería de 12 vatios, que ilumina la búsqueda y atonta a los animales. La fija es reemplazada por el francajo, un tridente sin garabato con el mango de madera que flota en caso de caerse en la poza de noche.

No hay que olvidar el cesto, bombo o seroncillo, recipientes utilizados para el transporte de las capturas, así como también aquellas herramientas utilizadas para la captura de animales concretos; algunos ejemplos son el pincho almejero, los distintos reclamos de cangrejo o la camaronera.

Parte viva de nuestra historia

La gestión de un corral no termina en la explotación de sus recursos. También hay que mantenerlo, y esto corre a cargo de los corraleros. La fuerza del oleaje puede abrir con facilidad boquetes o portillos en aquellas zonas en las que la pared está algo suelta, y los caños pueden llegar a cegarse por completo debido al atascamiento por materiales arrastrados por las mareas. Se trata de un trabajo de mantenimiento que, como se suele decir, no está pagado; incluso, en muchos casos el corralero tiene que echar mano de sus familiares cuando la carga de trabajo es pesada. No es de extrañar que una de las amenazas a la que se expone este antiguo arte de pesca sea el abandono de su explotación.

Boquetes en la pared de un corral de pesca. | Foto: J. Manuel Vidal-Cordero

No obstante, el principal problema al que se enfrentan hoy día es la falta de control del uso público y de las actividades que en él se realizan, factores que afectan sobre todo a la conservación de su riqueza biológica, debido a la fuerte presión extractiva que numerosos visitantes ejercen sobre la fauna marina. Al igual que los corraleros se encuentran autorizados por el ayuntamiento, los mariscadores profesionales deben presentar carnet de mariscador por la Junta de Andalucía, o alguna licencia administrativa que le permita realizar esas actividades en el corral; sin embargo, lamentablemente existen mariscadores no profesionales o aficionados14. Por otra parte, a pesar de que la mayoría de los corrales se encuentran en un estado aceptable de limpieza, no hay que dejar de lado la contaminación litoral: los vertidos sólidos y los de aguas residuales crean mal olor, enturbian el agua, aumentan la cantidad de materia orgánica que se expresa en una mayor concentración de fango, propician fenómenos de eutrofización, incorporan microorganismos patógenos para la vida acuática y para la nuestra, producen espumas causadas por detergentes y un largo etcétera.

Es necesario por lo tanto tomar medidas de protección frente a estas amenazas, y es por eso por lo que en Rota los corrales se declararon Monumento Natural de Andalucía en 200115 y como Lugar de Importancia Comunitaria de la Región biogeográfica mediterránea por la Unión Europea en 200616. Los corrales de Chipiona, aunque no han sido declarados Monumento Natural de Andalucía, están respaldados por el ayuntamiento, de manera que la ilegal utilización de estos debe ser castigada. ¿Y qué hay del Corral de Merlín? Sabemos que está inscrito con carácter genérico en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz, pero, haciendo nuestra la reflexión del mencionado historiador Antonio M. Romero: ¿cuál es el papel que desempeña hoy por hoy en el conjunto patrimonial de Sanlúcar y en el conjunto de corrales del litoral gaditano? Las circunstancias jurisdiccionales y naturales le han dejado huérfano, en un paraje poco frecuentado, en una punta del término municipal y alejado de los vistosos conjuntos corraleros de Chipiona y Rota.

No cabe la menor duda de que tenemos ante nosotros un ejemplo magnífico de aprovechamiento sostenible con el mar que juega un importante papel ecológico en el ecosistema, y al mismo tiempo un tesoro histórico y natural en grave riesgo de desaparición por el vandalismo turístico, la contaminación y el abandono de su explotación.

Sólo una gestión ordenada de estos «monumentos» en la que se compatibilice su aprovechamiento tradicional con la conservación de sus valores naturales y culturales, al tiempo que se promueva la difusión de su conocimiento entre los ciudadanos, puede aminorar el deterioro al que están sometidos. No basta con declararlos Monumentos Naturales. Se debe cumplir la legislación vigente en las distintas materias implicadas.

Son parte viva de nuestra historia, de nuestra memoria como pueblo que convive con el mar y que le roba secretos a sus aguas.

Felipe Benítez Reyes
Puesta de sol desde la playa de la Jara de Sanlúcar. | Foto: J. Manuel Vidal-Cordero
Puesta de sol desde la playa de la Jara de Sanlúcar. | Foto: J. Manuel Vidal-Cordero

Notas

  1. Estrato de arenisca calcárea con conchas incrustadas de edad pliocuaternaria e inclinación casi horizontal. ↩︎
  2. Escritor roteño y autor de una obra versátil que abarca la poesía, la novela, el relato, el articulismo, el ensayo y el artículo de opinión. ↩︎
  3. ARIAS GARCÍA, A.M.: Monumento natural de Andalucía. Corrales de Rota. Rota: Fundación Alcalde Zoilo Ruiz-Mateos & Junta de Andalucía: Consejería de Medio Ambiente, 2005. ISBN: 84-87960-44-8. ↩︎
  4. ROMERO DORADO, A.M.: “Los corrales de pesca de Sanlúcar de Barrameda en el siglo XVIII”. Sanlúcar Digital, 2011. ↩︎
  5. SAÑEZ REGUART, A.: Diccionario histórico de las artes de la pesca nacional. Imprenta de la viuda de don Joaquín Ibarra, Madrid, 1791. Vol. I, pp. 313-354. ↩︎
  6. Tomando como referencia la Casa de la Media Legua, que está situada frente al mar en el lado sanluqueño de la Rijerta, junto a ella se encontraría el Corral Grande. Por su parte, el Corral del Espadero debió de estar cerca del callejón homónimo. ↩︎
  7. Resolución de 13 de noviembre de 1995, de la Dirección General de Bienes Culturales, por la que se resuelve inscribir con carácter genérico en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz el Corral de Merlín o Corral de Marín, situado en la playa de la Jara de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). BOJA nº 13, 26 de enero de 1996. Pág. 958. ↩︎
  8. DURÁN SALADO, I.: «La protección de los corrales marinos de Rota y Sanlúcar de Barrameda». En: PH: Boletín del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico. Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, 2003, año 11, nº 44, p. 64-65. ISSN: 1136-1867. ↩︎
  9. MUÑOZ PÉREZ, J.J., ACHA MARTÍN, A. & FAGES ANTIÑOLO, L.: Los corrales de pesca en la costa gaditana: siglos de entender el mar y sus recursos. En: Revista de obras públicas. Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, 2002, nº 3.428, pp. 51-57. ISSN: 0034-8619. ↩︎
  10. Zona comprendida entre el nivel máximo del agua en la pleamar y el nivel mínimo en la bajamar. ↩︎
  11. Espacios con unas condiciones ambientales características para el desarrollo de las comunidades biológicas. ↩︎
  12. Mareas vivas, coincidentes con períodos de luna llena o de luna nueva. Mareas muertas, coincidentes con períodos lunares de cuarto creciente o cuarto menguante. Para calcular los porcentajes de marea y sus horarios se hace preciso el auxilio de las tablas de mareas. ↩︎
  13. Cada corralero suele utilizar ropa ligera y/o impermeable, en función de la época del año y de los gustos personales. Se busca tener libertad de movimientos en todo el cuerpo para caminar, agacharse o incluso saltar. Verdaderamente importante son los calzados, ya sean zapatos de deportes, sandalias o botas de agua. ↩︎
  14. En esta categoría encontramos a los de «toda la vida» (fijos o esporádicos), que sacan beneficios de la explotación y son habilidosos en la tarea, y a los que sólo visitan los corrales durante las vacaciones de verano como entretenimiento. ↩︎
  15. Decreto 226/2001, de 2 de octubre, por el que se declaran determinados Monumentos Naturales de Andalucía. BOJA nº 135, 22 de noviembre de 2001. Pág. 18.727. ↩︎
  16. Decisión de la Comisión de 19 de julio de 2006 por la que se adopta, de conformidad con la Directiva 92/43/CEE del Consejo, la lista de lugares de importancia comunitaria de la región biogeográfica mediterránea. Diario Oficial de la Unión Europea, L 259, 21 de septiembre de 2006. ↩︎
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