La Semana Santa es, ante todo, un sentimiento. Y ese sentimiento nace como resultado de una sincronización perfecta de tres componentes:
- lo que siente el corazón,
- lo que cree la razón o el pensamiento, y
- el gozo conjunto de los cinco sentidos del ser humano: vista, oído, olfato, gusto y tacto.
Diría yo que los sentidos de estímulo no perceptible —el corazón y la razón— fundan la base sobre la que gozan los cinco sentidos que sí percibimos fisiológicamente. Es decir, no disfrutaríamos igual la llamada estética folclórica (aquello de “¡qué bien vestida va la Virgen!”) sin el sentimiento de amor ni la fe o creencia que profesamos. O dicho de otro modo: un cofrade se hace desde el corazón y el pensamiento, desde lo que siente y lo que cree, y a partir de ahí es capaz de deleitarse con la Semana Santa y los actos cuaresmales mediante el estímulo de los cinco sentidos.
Vista
La vista es, quizás, el más importante de los cinco sentidos perceptibles, por ser el que más reproducimos, el que más momentos inmortaliza a través de la retina y graba en el disco duro de nuestra memoria. ¿Quién no recuerda la belleza de un Crucificado subiendo por la cava, con el Castillo de Santiago o la desembocadura del Guadalquivir como telón de fondo? ¿Quién no recrea la vista con un paso de palio cuajado de flores y cera prendida andando en la estrechez de las callejuelas del barrio alto? ¿Y la simple estampa de una larga fila de nazarenos con cirios encendidos bajando la cuesta de Belén, con el marco incomparable de las Covachas? ¿Y la justita entrada o salida de un enorme misterio por el angosto dintel de una iglesia? Incluso el cortejo decimonónico de algunas cofradías de las llamadas austeras merece la atención de la vista desde la mismísima cruz de guía.
Los cofrades podemos gozar de este sentido, como de casi todos los demás, durante prácticamente todo el año, aunque adquiere mayor relevancia cuando llega la Cuaresma y empezamos a contemplar in situ las magníficas estampas que ofrecen los cada vez más cuidados y espectaculares altares de cultos, hasta llegar por supuesto a la escenografía completa de los desfiles procesionales recorriendo las calles en Semana Santa.
Podríamos poner incontables ejemplos de momentos cofrades, porque ¿cuántas fotos como estas guardamos en nuestros archivos para que permanezcan al mismo tiempo como un recuerdo imborrable en nuestra memoria?
Oído
Posiblemente, el oído es el otro gran sentido de la Semana Mayor, disfrutable a lo largo de todo el año porque cualquiera hoy tiene a su alcance un sinfín de grabaciones de marchas procesionales, el sonido de la Semana Santa. Pero, claro, no es lo mismo escuchar una grabación en casa o en el coche, que estar ahí y vivir el momento en directo. Porque no sólo es la marcha en sí, sino el conjunto de sonidos que se perciben alrededor de esta, lo que la hace emocionante y cofrade de verdad: la banda suena detrás del paso, cuyo capataz alienta y guía a sus costaleros, quienes rompen a andar al compás de la música y provocan el aplauso de la gente.
Pero otros momentos auditivamente menos folclóricos pueden llegar a resultar igual de impresionantes para un buen cofrade. Especialmente en Sevilla, cuando en algunos casos camina el Señor entre un silencio sepulcral, sólo roto por el canto desgarrado de una saeta, de la música de capilla que le precede y que se mezcla con el racheo de los costaleros, o del piar de los vencejos. Como dijo un pregonero: “un silencio ensordecedor”. Un sonido que invita a la meditación y oración, a la reflexión y el recogimiento.
Olfato
El olfato es otro de los sentidos que se experimentan de manera especial cuando llega la Semana Santa. Al igual que sucede con el oído y las grabaciones de música procesional, cualquiera puede tener en su hogar una bolsita de incienso, de las muchas mezclas que se venden por ahí (aunque no todas tienen la misma calidad). Sin embargo, es obvio que no huele igual el incienso dentro de una casa cerrada que al aire libre, mezclándose con otros olores primaverales. En la misma medida que los sentidos anteriores, el olor a incienso se disfruta sobre todo cuando llega la Cuaresma y, especialmente, en Semana Santa.
Cada vez más hermandades apuestan por tener un sello propio que las identifiquen singularmente a través del olfato, evitando compartir el mismo perfume que usan las demás. Uno de los mejores inciensos es, sin duda, el que elabora expresamente cada año la hermandad sevillana del Silencio, siguiendo una antigua fórmula magistral proveniente del Vaticano. Consiste en una estratégica combinación de incienso puro de Arabia con benjuí, mirra, naranja amarga y espliego, entre otros ingredientes. El olor de esta mezcla perfecta alcanza su esplendor en la madrugá, cuando pasa el palacio de plata de la Virgen de la Concepción cuajado de azahar, cuyo inconfundible y penetrante aroma se fusiona con la dulcísima nube de incienso balsámico, llenando rápidamente la nariz de los presentes y creando el que para muchos es el olor más preciado y característico de toda la Semana Santa.
Gusto
Podría recurrir al tópico fácil de las torrijas de Semana Santa pero, profundizando un poquito en lo que nos atrae, hay un motivo mucho más influyente para hablar del sentido del gusto en Semana Santa: la renuncia expresa a disfrutar del mismo mediante el ayuno y abstinencia del Viernes Santo, que como católicos estamos obligados a respetar y sólo romper por la Comunión de la Sagrada Forma en los Santos Oficios del Triduo Pascual.
El Triduo Pascual comienza el Jueves Santo y conmemora la institución de la Eucaristía con la Última Cena (la Missa in Cœna Domini o Misa en la Cena del Señor). Este día permanece el Sagrario abierto y vacío, comulgándose el Cuerpo de Cristo que es consagrado en esa misma Eucaristía y que servirá para la Comunión de los días venideros.
Tacto
¿Quién no ha tocado un manto al pasar, con la fe de cumplirse una promesa? Aunque sea esta la impresión que da, la realidad es que algunas veces se toca por el simple hecho de tener delante una joya que sabemos tardaremos en volver a ver, o por la mera curiosidad de palpar una pieza de plata o un bordado en oro del siglo XIX. Y, quien diga que no, miente. Es como cuando en una iglesia coloca el prioste un cartel en los pasos que dice “POR FAVOR, NO TOCAR”. Parece casi un reclamo para que se acerque hasta el último devoto de la fila con la mano extendida.
Conocido es en Sevilla el caso del manto de la Macarena, o el de la Virgen de las Angustias de los Gitanos, que no pocos problemas causan a las escoltas de sus respectivos pasos… O el querubín de plata de los respiraderos de la Esperanza de Triana, cuyos priostes tuvieron que reforzar con tornillos porque alguna vez ha regresado incluso sin el chupete que lleva.
Pero hay más tactos, y ciertamente más significativos: la mano de un nazareno que sostiene el pesado cirio para alumbrar el camino de sus titulares, el hombro del penitente que carga con la cruz de sus pecados, la cerviz del costalero que levanta el peso del cielo, los labios de quienes ponen música a la Pasión… Éste es el verdadero tacto: el contacto físico con aquello que nos mueve en la Semana Santa y que, en mayor o menor medida, todos los cofrades aportamos.
La combinación de sentidos
Hasta aquí se exponen, de forma individual, las virtudes que hacen gozar a nuestros sentidos en Semana Santa. No obstante, si lo pensamos bien, lo que de verdad nos encanta es la combinación de estos. Por ejemplo, con la unión de vista y oído podemos reproducir momentos cofrades (esos vídeos que nos gusta grabar y no nos cansamos de ver aunque estemos en verano). Son los dos sentidos más evidentes y representativos. Contemplar una estampa cofrade al mismo tiempo que la escuchamos, sobre todo si la estamos viviendo en persona, es lo que más nos emociona.
Estar presentes es como tener otro sentido más: potencia el momento cofrade y además nos permite sumar otros sentidos como el olfato, o bien afinar la vista para fijarnos en lo que deseamos en un momento dado: un detalle, una panorámica global, el andar del paso… Asimismo, ciertos sonidos son sólo audibles in situ. Respecto a la música, los directos de bandas como el Rosario de Cádiz o Virgen de los Reyes de Sevilla son espectaculares, y no hay disco ni vídeo que recoja las sensaciones que producen. Si además tenemos en cuenta que en Semana Santa siempre hay hermandades que presentan estrenos y bandas que actualizan su repertorio, resulta que cada año esperamos ansiosos para disfrutar de nuevos momentos cofrades en vivo.
Clásicos de estos momentos cofrades sanluqueños son, por ejemplo, la Virgen de la Estrella frente a la capilla del Rocío, la recogida de los Dolores, o la del Resucitado, por citar algunos. En Sevilla hay otros muchos clásicos, como la Esperanza de Triana en el Baratillo, la Paz por el parque de María Luisa, la Candelaria por los jardines de Murillo, los Gitanos por la Alfalfa…
Otra importante combinación de sentidos la forman los perceptibles con los imperceptibles. ¿Qué siente un costalero cuando se le junta el sacrificio del peso que lleva encima con la emoción y el ánimo que le transmite el capataz o la música? ¿Qué siente un nazareno con su cirio al pasar por la calle en la que un familiar ya difunto solía ver el paso de la cofradía? ¿Es verdad que pellizca el alma?
Al igual que los sentidos perceptibles pueden recogerse en vídeos y archivos que nos facilitan el recuerdo de los momentos cofrades, la combinación de sentidos y sentimientos quedan inmortalizados en nuestra memoria y en nuestro corazón, formando las vivencias cofrades que nos mueven durante todo el año.
Conclusiones
La primera conclusión a destacar es que, por mucho que los auténticos cofrades pregonemos que la Semana Santa dura un año, pasamos 358 días esperando la llegada de esa Semana que nos hace disfrutar plena y simultáneamente de nuestros cinco sentidos, emocionándonos gracias a su mágica combinación con los sentimientos. Afortunadamente, cada año son más las salidas extraordinarias, glorias y santos que nos ayudan a no añorar tanto las vivencias cofrades.
La otra conclusión va dirigida a los menos cofrades; a aquellos que afirman que la Semana Santa es «siempre igual»: creo que estamos poniendo de manifiesto que no es así. Quizás sea más o menos parecida de un año a otro. Y tal vez uno pueda sentirse más o menos atraído por la Semana Santa, o pueda entender más o menos sobre arte cofrade, música o símbolos que no varían. Pero factores como que cada año se produzcan estrenos en casi todas las hermandades, o que haya ciertas cofradías que modifiquen su itinerario, que alternen el ajuar de sus imágenes o el exorno floral de sus pasos, o que sustituyan a sus bandas de música o estas incorporen nuevo repertorio, por citar algunos ejemplos, son razón suficiente para que quienes disfrutamos de nuestros cinco sentidos nos mantengamos deseosos de renovar constantemente nuestra variedad de vivencias cofrades.