El pianista y compositor Louis Moreau Gottschalk, nacido en Nueva Orleans (Estados Unidos) en 1829, fue una figura de la interpretación musical que recorrió medio mundo en la época dorada del piano romántico. Con 13 años se marchó a Europa a estudiar piano y composición a París, y a los 19 años ya era conocido como compositor, pues algunas piezas suyas despertaron mucho interés por el exotismo criollo que rezumaban. Este fue el caso de la conocida como «Trilogía de Luisiana», que incluye las piezas Bamboula, La savane y Le bananier. Su virtuosismo en el piano fue comparado con el de Chopin, bien conocido del público francés. Otra de las piezas que obtuvo un gran éxito fue Le manceniller. Su fama se extendió por toda Francia y enseguida se lanzó a realizar giras de concierto por Francia, Suiza y España, a lo largo de los años 1850 a 1852.
En diciembre de 1851 ofreció varios conciertos en el Teatro Circo de Madrid. Allí tocó sus obras «Los bosques», Danza osiánica y Jerusalem, fantasía a dos pianos, con la colaboración del pianista español Avelino Aguirre (1838-1901); el «Cuarteto de Lucía», el «Gran galop», y la «Marcha final del concierto de Weber» (refiriéndose probablemente al Concierto nº 1 para piano y orquesta, que parece una marcha). Gottschalk estuvo algún tiempo afincado en Madrid1. En junio de 1852 dio un concierto, también en el Circo, con la presencia de la familia real, en que tocó la sinfonía de La caza, a tres pianos, con [Juan Gil] Miralles2 y con Aguirre, y El sitio de Zaragoza, fantasía ¡a diez pianos! Describía un periódico esta composición (hoy por desgracia perdida, aunque se conserva la Jota, cuya grabación se puede escuchar en el reproductor a continuación) en los siguientes términos3:
El primer motivo, por medio del cual trata de expresar el autor el tumulto y el desorden de la ciudad durante los momentos terribles del asalto, consiste en un sinnúmero de escalas cromáticas descendentes, y en octavas, alternando con un canto, cuyo ritmo está marcado por unos acordes fortísimos. A poco se oye una reminiscencia de la Marcha real, en modo menor, que trae involuntariamente a la memoria el dolor que se apodera de los sitiados, la angustia indefinible que siente la madre al separarse de su hijo, la esposa del esposo, la joven de su amante, en el supremo instante de acudir los hombres a la brecha, guiados del sentimiento patriótico e irresistible de defender sus hogares, y con ellos los más dulces objetos de su cariño. Estas duras despedidas están determinadas en la fantasía por medio de ejecuciones de un efecto inexplicable. Después se oyen a lo lejos clarines que ejecutan la Marcha real, que representa a los zaragozanos marchando al combate, cuyo estruendo se anuncia por medio de cañonazos que también resuenan a lo lejos. Durante un instante reina un estrépito que va calmando poco a poco, como en señal de que se ha suspendido la lucha. Vuelve a oírse la Marcha real, fugada, alternando con la Jota, fugada también.
Momento de descanso. Tranquila la ciudad, después de pasado el primer peligro, renace la alegría en los semblantes de los sitiados, cuyo efecto se expresa en la Fantasía por medio de la Jota, variada, primero piano y después crescendo, hasta terminar con un tutti los diez pianos, durante cuya ejecución brotan torrentes de armonía de un efecto mágico. Después de la Jota se reproduce el estrépito, figurando un asalto, por medio de escalas cromáticas descendentes, a las que sigue un juego de armonías imitativas de los clarines. Componen el final la Marcha real, fugada, variando de tonos; acordes a tutti, y un nuevo crescendo de clarines, con los bajos fugados, sobre el tema de la Marcha real.
Lejos de haber confusión en los sonidos, se oyen clara y distintamente todas las melodías, sin que se pierda ni una nota, ni uno solo de los delicados dibujos con que Gottschalk ha bordado su fantasía, aun a pesar del estrépito producido por la aglomeración de armonías, que unas veces como menuda lluvia, otras como una granizada que cayera con impetuosa fuerza en medio de furioso temporal, llegan a los oídos en tono con pasmosa regularidad. El piano de Gottschalk descuella sobre todos, distinguiéndose de los demás los sonidos que en él produce, como si fuera un instrumento de diferente calidad en su esencia4.
Estos conciertos en Madrid extendieron rápidamente la fama de Gottschalk por toda la península. Según se recoge en sus cartas, fue recibido muy amablemente por la reina Isabel, que lo alojó en Palacio. El rey le otorgó dos condecoraciones, la de la cruz de diamantes de Isabel la Católica, y la del León de Holstein. Parece que fue en estos días madrileños donde conoció al duque de Montpensier, que se confesó admirador suyo. En cuatro horas, Gottschalk compuso un vals para dos pianos con motivo de una fiesta que iba a dar la duquesa al día siguiente5.
Después visitó otras ciudades españolas. Precedido ya por su fama, en Córdoba, el arzobispo le dio una cena espléndida y le presentó una copia de sus “Poemas pastorales”. Los canónigos lo invitaron a conocer los tesoros de la Biblioteca de la Catedral y fue invitado por las autoridades de la ciudad, ante quien fue presentado de forma oficial para ser felicitado por sus grandes éxitos artísticos6. Según confiesa su hermana en sus memorias apócrifas, Gottschalk en ningún momento se dejó llevar por la soberbia, ante tantos obsequios y galardones que le otorgaron, pues siempre los recibió con la «modesta simplicidad que tanto lo caracterizó»7.
Indudablemente su fama llegó a oídos de los duques de Montpensier. Ambos, Antonio de Orleans y su esposa María Luisa Fernanda de Borbón, pasaron por ser grandes melómanos y por fomentar, a través de sus extensos contactos, a los artistas en general. Es relativamente conocida la gran biblioteca musical que poseían estos duques en su Palacio de Sanlúcar, en la que se conservaban muchas partituras dedicadas por compositores de la época, más o menos célebres8.
La gira por España de nuestro artista era ya conocida gracias al artículo publicado por Clyde W. Brockett hace ya más de veinte años9. Pero el concierto ofrecido en Sanlúcar de Barrameda la noche del 25 de agosto no se recoge en tan extenso y documentado estudio. El concierto se celebra con motivo de la onomástica de la infanta María Luisa. Así lo recogió un periódico de Cádiz y se hicieron eco diferentes diarios a nivel nacional10. Previamente, por la mañana, se celebró un “besamanos” ―siguiendo la inveterada costumbre de la monarquía―, que estuvo muy concurrido. Asistieron el capitán general de Andalucía, el gobernador civil interino, el gobernador militar y otras autoridades y funcionarios públicos del orden civil, militar, judicial y eclesiástico, correspondientes a las provincias de Cádiz y de Sevilla, así como diferentes títulos de Castilla, grandes cruces, maestrantes y muchas personas notables por su rango o categoría. Los duques recibieron a los concurrentes con gran amabilidad mientras la Banda de Música de Artillería tocaba «piezas escogidas» en el patio del palacio11.
El concierto en sí comenzó a las ocho de la noche y congregó, como no podía ser de otra forma, a la élite política, económica y social del veraneo sanluqueño. Se encontraban entre los invitados el capitán general Ezpeleta, el marqués de Santa Cruz, los marqueses de Villafranca con sus hijas, la condesa viuda de Monteagudo y su hija, los señores Pastrana, Halcón, Suárez, Maestre, Macía, Seoane, Manjón, Serrano, Mergelina, Auñón, Wolf, Colom, Salcedo, Juan de Cárdenas, el conde de Peñaflor, el alcalde, Rafael Esquivel, con su esposa, el comandante de Marina, el juez con su señora, el deán de Sevilla, Cepero, el marqués de Castillo con su esposa, el vicario de Sanlúcar, José Fariñas, el jefe de Estado Mayor, el comandante de armas Juan Manuel Heras y señora, el comandante del vapor Isabel, los jueces de Jerez y de El Puerto de Santa María, el conde de Guadalete, el marqués de Campoameno, y el capitán del Puerto. Muchos de ellos acompañados por hijas o esposas. Una nutrida asistencia, como podemos comprobar, que reunía personas relevantes desde el punto de vista social, pero entre los que no podemos destacar a ninguna desde el ámbito cultural.
En esto, como en otras muchas noticias de la época, la crítica musical sirve de soporte y de pretexto para hacer la crónica de sociedad del momento.
Los intérpretes del concierto fueron cuatro: el ya citado Gottschalk, el violinista alemán Louis Eller, la soprano gaditana María Antonia Montenegro y el pianista español que la acompañaba, José Lubet y Albéniz, tan vinculado a la casa de Orleans por ser profesor de música de la familia.
Ya desde 1850, al menos, se conocía al violinista Eller en España, pues ofreció un recital en San Sebastián que dejó «sumamente complacidos a cuantos asistieron a él12». Esta buena crítica parece que le abrió las puertas del Teatro Príncipe de Madrid, donde al año siguiente se presentó «Mr. Luis (sic) Eller, uno de los primeros violinistas de Alemania». La empresa había accedido «a los deseos de Mr. Eller, así por atención a un artista, como por proporcionar al público una variedad más»13. En El clamor público del día siguiente se aclara el repertorio que va a interpretar, alternando con otros números de variedades: Fantasía sobre motivos de la ópera Norma, «Introducción» de Eller, «Variaciones» de Paganini, y Aires estirios (Steyrische Weisen) de Eller.
Pedro de Madrazo, un artista e intelectual muy vinculado a la casa de Orleans-Borbón, le dedicó a Eller párrafos muy elogiosos en un extenso artículo publicado en El Heraldo14 con el elocuente título de “Revelación beatífica de Corelli”. Unos meses después, Eduardo Velaz de Medrano respondía a Madrazo con otro extenso artículo en el que destacamos lo siguiente:
Estoy pronto a declarar que Luis Heller (sic) es el elegido de Dios, digno de haber nacido en los tiempos de Palestrina, que el arco del violín en sus manos es una vara mágica que, ya ondula como mecida por una mar apacible y serena, ya salta como sacudida por la ola impetuosa de la borrasca, ya se estremece juguetona con la emoción de la desposada en el día de su boda; ya se arrastra inflexible y recta como el dardo del dolor que penetra en el alma.
En enero de 1852, Eller actuó en el Teatro Real15. Esta actuación se supone que le granjeó ya la consagración ante todo el público nacional.
En su concierto en Sanlúcar, Eller formó dúo con el pianista Gosttchalk. Juntos interpretaron la Fantasía sobre motivos de la ópera Norma, los Aires estirios, la Fantasía sobre motivos de la ópera Los Hugonotes y el Vals diabólico, todas obras de Eller. Estas piezas se fueron alternando con otras cantadas por la diva Montenegro y con las virtuosísticas intervenciones a solo de Gottschalk.
María Antonia Montenegro era una cantante nacida en Cádiz que había sido discípula de don José María Reart y de Copons16. A su arte lírico rindieron pleitesía célebres escritores de la época, como Mesonero Romanos o Bretón de los Herreros. Como suele ocurrir en la profesión musical, los triunfos que tuvo en el extranjero le dieron un valor añadido a su cachet artístico dentro de España. Así, llegaron noticias a la prensa de que «la celebrada artista señora Montenegro está haciendo furor» en el teatro de Marsella, en Francia. La prensa del país vecino aseguraba que «en la Norma y la Lucía está inimitable»17. Al año siguiente, algunos diarios recogieron la gira triunfal que «la distinguida cantatriz doña Antonia Montenegro» había realizado por los primeros teatros de Italia, Inglaterra, Alemania y Francia. Tras estos éxitos regresaba a su patria. Así que la empresa del Teatro Príncipe de Madrid la había contratado para que hiciera algunas representaciones operísticas18. Pero estas actuaciones no gozaron de la aprobación de la crítica. La afluencia de público fue masiva, pues había mucha expectación por oír a la Montenegro, «pero no podía nadie imaginar que fuesen de tan escaso mérito artístico los que la acompañaban». Sin embargo, a pesar de encontrarse «algo indispuesta», nuestra diva salvó el espectáculo y lució «su hermosa voz». El público la aplaudió «repetidas veces» y «si hubiese sido secundada por sus compañeros, habría obtenido un completo triunfo»19. La Montenegro fue una mujer de gran iniciativa, pues además de sus actuaciones como solista creó diversas compañías artísticas, como las “Compañía de la Ópera Italiana”, “Compañía de Declamación” y “Compañía lírica española e italiana”, además de ser empresaria de los Teatros Principal y del Balón, de Cádiz20.
En su concierto en Sanlúcar ante los duques de Montpensier, María Antonia Montenegro cantó, con el acompañamiento al piano de José Lubet, un aria de La Favorita, de Donizetti, y dos de las Soirées musicales, de Rossini, en concreto La pastorella delle Alpi y La gita in gondola. Tras la primera parte del recital, durante el descanso, se sirvieron «con profusión» a todos los asistentes «dulces exquisitos y bebidas heladas».
Ya en la segunda parte, la Montenegro cantó «La tarantella de Venecia» (refiriéndose probablemente a la Danza de las Soirées musicales, que tiene forma de tarantela) y Canciones andaluzas, que se estrenaba en este concierto, acompañada nuevamente por el profesor Lubet y Albéniz, que era el autor. Las canciones tenían títulos tan sugestivos como El tremendo, La gitanilla, La morenita resalaá (sic), Frazquilla la granaína y El gachón21. Entre una y otra obra, Gottschalk ofreció lo mejor de su arte pianístico: su propia versión del celebérrimo tema de El carnaval de Venecia y la versión para piano solo de El sitio de Zaragoza. Terminado el recital, todos los concurrentes fueron invitados a pasar a otra habitación del Palacio, donde había sido preparado «un abundante y exquisito buffet». La velada concluyó hacia las once de la noche.
Días después, los duques, con motivo del éxito logrado en el concierto, le regalaron a la Montenegro «una preciosa y rica pulsera esmaltada, adornada con un ramo de brillantes de bastante valor». Se la enviaron junto a una carta que, según la prensa, estaba concebida «en los términos más lisonjeros para la artista gaditana»22. Igualmente, al gran Gottschalk también le hicieron «magníficos regalos». Y antes de su partida fue invitado a una de las cenas privadas del duque, pues había surgido «una cálida amistad entre ellos». En esta velada «la etiqueta fue dejada de lado» para dar paso a «un disfrute cordial y familiar»23.
El 23 de noviembre, «el distinguido pianista» Gottschalk salió desde Sevilla para Cádiz, para embarcarse en este puerto en el barco que había de llevarle hasta Marsella y desde allí de nuevo a París24. Poco después marcharía a su país natal, realizando una gira triunfal que duró cuatro años y con la que ganó bastante dinero. En muchos de sus recitales sorprendía al público con efectos pianísticos hasta entonces desconocidos (como en las obras Tournament Galop y The Last Hope). En 1857 se instaló en el Caribe, donde escribió algunas de sus mejores obras, como la Sinfonía romántica Noche en los trópicos y la ópera en un acto Escenas campestres cubanas. Otras piezas muy valiosas fueron Souvenir de Porto Rico y Ojos criollos. En 1862 volvió a realizar una nueva gira, ésta de tres años, por Estados Unidos. Después volvió a Sudamérica y siguió dando conciertos y escribiendo obras que él mismo se encargaba de estrenar. De esta última época son Pasquinade, Grand scherzo, y la Grande tarantelle para piano y orquesta, una de sus obras más celebres. La muerte le sorprendió en Brasil en 1869, truncando una meteórica carrera que sin duda podría haber dado muchos más frutos.
En cuanto a la diva Montenegro, siguió logrando muchos más éxitos en su dilatada carrera. La representación que hizo con su compañía de la zarzuela Jugar con fuego, de Barbieri, llenó los teatros de Sevilla, Jerez y El Puerto, agotando todas las localidades25. La comenzaron ya a calificar como la mejor representante que podía tener la ópera española. Sus giras por Andalucía así lo corroboraban26. La última representación de la inmortal zarzuela en Cádiz, le concedió la consagración definitiva en su tierra. «No hubo pieza en que cantara que no pidiese el público la repetición, en medio de nutridos aplausos». En el tercer acto «fueron arrojados al palco escénico, desde un tornavoz, pájaros y palomas con cintas de colores»27. Parece que esta impresionante acogida la animó a crear una compañía de ópera italiana en Cádiz28, que contaba en su repertorio con obras tan recientes como Rigoletto y Stiffelio, de Verdi, y Fiorina, de Carlo Pedrotti29.
En 1857, Antonia Montenegro triunfó nuevamente en la Scala de Milán30. Fue tal la devoción que inspiró al público italiano que su nombre fue colocado en una inscripción dentro del citado teatro de ópera, el templo del arte lírico italiano. El 29 de abril de 1864 falleció en Nápoles, en la casa del cónsul español, dejando recuerdos inolvidables de su talento en los mejores teatros de las principales capitales de Europa donde había cantado, en especial por su insuperable papel de Norma31:
Bajó al sepulcro sentida por todos sus amigos y por las personas que conocieron su generosidad, bello corazón y sobresaliente talento.
Enlaces
Catálogo detallado de las composiciones de Louis Moreau Gottschalk (más de 200 obras): http://thompsonian.info/gottschalk-catalogue.html
Página web: http://www.louismoreaugottschalk.com
Página web: http://www.gottschalk-pianist.com
Lista de reproducción de Gottschalk (obras mencionadas en este artículo):
Notas
- Se había alquilado una vivienda en la calle Mayor, nº 26. ↩︎
- Un crítico musical dijo de Miralles: «Hemos tenido el gusto de volver a oír tocar el piano al aventajado profesor catalán don Juan Gil y Miralles; y si satisfechos quedamos entonces, admirados hemos quedado ahora. Entre varias piezas que ejecutó con suma destreza y perfección, nos arrebató el cuarteto del Moisés tocado con solo la mano izquierda, cuya ejecución nos trajo a la memoria al célebre Gottsschalk. Creemos que SS. MM. no podrían menos de oír con sorpresa al joven artista español, que a los 22 años de edad ha llegado a una altura ciertamente envidiable» (La Nación, 21/11/1851, p. 3). ↩︎
- La celebérrima obra homónima fue escrita por Cristóbal Oudrid unos cuatro años antes y cosechó un gran éxito que probablemente llegó a los oídos de Gottschalk. Esta «Fantasía heroica para diez pianos» fue ejecutada por los pianistas españoles Aguirre, Galiana, García, Inzenga, Mata, Peña, Miralles, Pastor, Toledo y el propio compositor, Gottschalk. ↩︎
- CAMBRONERO, C.: Crónicas del tiempo de Isabel II. En La España Moderna, julio de 1913, pp. 41-42. ↩︎
- HENSEL, O.: Life and Letters of Louis Moreau Gottschalk. Nueva York, 1870, p. 47. ↩︎
- GOTTSCHALK, L.M.: Notes of a pianist. Ed. by his sister, Clara Gottschalk. Filadelfia, 1881, p. 65. ↩︎
- También asegura su hermana que donó quince mil reales para la construcción de un hospital en Madrid. ↩︎
- Hoy día se conserva íntegramente en la Biblioteca del Cabildo Insular de Gran Canaria, pues la biblioteca fue subastada en Madrid en 1973 y comprada por dicha institución. ↩︎
- BROCKETT, Clyde W.: “Gottschalk in Biscay, Castille and Andalusia. A Man for All Classes”. Revista de musicología, ISSN 0210-1459, Vol. 15, Nº 2-3, 1992, pp. 815-852. ↩︎
- El Heraldo, Madrid, 2/9/1852. En el Correo de los teatros, periódico de noticias teatrales, artísticas y literarias, de Madrid, correspondiente al 9/9/1852, se incluye la misma crónica. Y en El comercio (Cádiz, 28/8/1852, pp. 2-3) un resumen. ↩︎
- No deja de ser curioso que este mismo año 1852 el Ayuntamiento diera los pasos oportunos para la creación de la Banda Municipal de Música, consiguiendo así ser una de las primeras ciudades andaluzas que la tuvo (DAZA PALACIOS, S.: Cultura y sociedad en Sanlúcar de Barrameda. Consejería de Cultura, Granada, 2007). ↩︎
- La Nación, 22/9/1850, p. 4. ↩︎
- Diario oficial de avisos de Madrid, 3/11/1851, p. 4. ↩︎
- El Heraldo, Madrid, 30/12/1851. ↩︎
- CAMBRONERO, Carlos: Crónicas…, p. 43. Le acompañaron en el escenario Sarmiento y Sánchez Allú, quienes tocaron unas variaciones para flauta y piano, otras variaciones para cornetín, de Barbieri, por Agustín Mellen y Mollberg con su xiloacordeón. ↩︎
- La Ilustración musical hispano americana, 30/1/1895. ↩︎
- El Heraldo, Madrid, 14/7/1850, p. 3. Se hace eco La Nación dos días después, p. 4. ↩︎
- La España, 23/9/1851, p. 4. Los precios de los billetes no sufrirán por esto alteración ninguna. ↩︎
- “La Norma en el Príncipe”: El clamor público, 9/10/1851, p. 3. ↩︎
- LEÓN RAVINA, Gema: La ópera en Cádiz durante el reinado de Isabel II. Cádiz, 2007. ↩︎
- El manuscrito de esta obra se conserva en el fondo Orleans de la Biblioteca Insular de Gran Canaria, pues fue dedicada a la infanta María Luisa por el autor. ↩︎
- Correo de los teatros, 16/9/1852, p. 4. ↩︎
- GOTTSCHALK, L.M.: Notes… ↩︎
- La España, 28/11/1852. ↩︎
- Correo de los teatros, 15/8/1852, p. 4. ↩︎
- Correo de los teatros, 23/9/1852, p. 2. ↩︎
- Correo de los teatros, 23/9/1852, p. 3. ↩︎
- En ella figuraban artistas «de reconocida nombradía en el mundo musical»: Primas donnas absolutas, Antonia Montenegro y María Sulzer; prima donna, Emilia Moscoso; primera contralto, Enriqueta Sulzer; primeros tenores, Sres. Belart, Sanz, Echarte; primeros barítonos, Sres. Superchi, Lucchi; primeros bajos, Sres. Rodas, Barba; bajos genéricos, Lej, Fuentes; maestro al cémbalo, Sr. Zerilli. En el Archivo Histórico Provincial de Cádiz se conserva un expediente sobre la creación de esta compañía (Gobierno Civil, Caja 159, exp. 31). ↩︎
- La Época, Madrid, 16/12/1852. Stiffelio había sido estrenada en 1850 y Rigoletto, en 1851. La ópera del hoy olvidado compositor de Verona, Carlo Pedrotti, fue estrenada el mismo año 1852. ↩︎
- La Iberia, Madrid, 21/4/1857, p. 3. ↩︎
- El Contemporáneo, Madrid, 21/5/1864, p. 3. La Gaceta musical barcelonesa, 22/5/1864, p. 4. ↩︎